martes, 8 de abril de 2008

Catarsis

Memorias de San Francisco
CATARSIS
Alejandro Leyva Aguilar

15 DE NOVIEMBRE DE 2006

Me duele mucho verte recostado en esa cama a merced de la muerte.
Puedo sentir como te ronda, te da vueltas, te queda viendo como exigiendo tu presencia a su lado, allá, en el otro mundo.

Ella sabe que el final está cerca, muy cerca y que esa lucha de tu cuerpo contra tu cuerpo, las vas perdiendo, por eso estás a un paso de tu destino.

Te ves tan tranquilo, tan apacible, tan indefenso, tan dependiente, que pareces un recién nacido. Das la impresión de que ochenta y siete años no han pasado sobre ti y, sin embargo, sé que el final de tus días está próximo.

No quisiera que te fueras y me dejaras aquí, con tu recuerdo solamente. Tú has sido un guía excepcional del que he aprendido la mitad que hasta hoy entiendo.

Hoy que te veo, tumbado en esa cama, comprendo que la otra mitad de la vida, la tengo que aprender solo.

Estás sucumbiendo a la enfermedad y no te has dado cuenta. La muerte te ronda y te ronda y yo no puedo espantarla. ¡Ni todo mi amor por ti hace que huya, que se vaya!

¡Qué desagradable es ir a verte y encontrarme con ella! Con su guadaña curva, su capa negra y su sonrisa forzada esperando… esperándote.

¡La conciencia de la seguridad de tu muerte no entierra mi dolor, Feyley! Me está doliendo mucho tu ausencia antes de que te vayas y ¡No puedo hacer nada!

Recuerdo cuando tus manos, temblorosas pero con vigor golpearon mis nalgas luego de una recurrente travesura, fue hace tantos años ¿te acuerdas? Nunca antes me habías reprimido y me dolieron más tus ojos llenos de lágrimas que tus golpes.

¡No quiero que te vayas, papá, no quiero que me dejes indefenso y lleno de dolor!

Yo sé que es una ley natural y que tienes que partir a encontrarte con mi madre, seguramente en el paraíso, pero este trance es el que me duele porque aún me haces mucha falta.

Hoy te vi dormido en esa cama, cerraste tus ojos después de que platicábamos sobre esas cosas cotidianas y me puse a pensar en tu muerte. ¡Yo creo que ya la venciste, Feyley!


16 DE NOVIEMBRE DE 2006

Preferí no ir a verte hoy. Estuve mezclado con la gente, tomando café con mis amigos, absorbiendo el aire frío de mediados de Noviembre.

Sin embargo, no dejaba de pensar en ti; platiqué con ellos [mis amigos] de tu dedicación por el cultivo de tus tierras, de tu conocimiento experto sobre el grano aromático, mágico que no podemos disociar de tu persona.

Hablaba de ti porque tu ejemplo es mayúsculo y porque penetró en mí, como un hálito de buenaventura que, juro, conservaré todos los días de mi vida.

Decía a mis amigos que consideraste siempre a la familia como una unidad absoluta, perenne, indisoluble, perfecta.

Presumí la metódica, recta y ortodoxa manera de ser que mostraste a tus hijos y a la sociedad cada día de tu vida. ¡Hasta tu manera de respirar ha sido siempre ordenada! ¡Qué difícil será seguir tu ejemplo, Feyley!

Recordé esos viajes a San Agustín que eran toda una odisea. Volví a sentir la brisa del mar, la frescura del agua del pacífico, las noches colmadas de estrellas, los amaneceres apacibles y el sol poniéndose en el horizonte mientras el mar furioso azotaba sin piedad las rocas del “Coyote”.

Recordé tu mano poderosa que prensaba la mía para impedir que una ola espumosa, me arrastrara Mar adentro. ¡Era el rey del mundo Feyley, porque tú me lo regalabas a diario!

Crecí lleno de amor, de tu amor y del de María, mi madre que creo que ya reclama tu presencia.

Te vi tomar un puño de café del extenso y blanco patio de la Finca y observé cómo lo frotaste entre tus manos hasta despender la cáscara dorada por el Sol para luego llevártelo a la nariz y exclamar contundente: ¡Esta partida ya está, hay que meterla en sacos!

Te presumí hoy, Feyley porque me siento orgulloso de ser tu hijo.

07 DE DICIEMBRE DE 2006

Ayer llegamos a San Francisco y Rodolfo, con su mirada me dijo cuánta falta le haces. No como su Patrón, como respetuosamente te llama, sino como su AMIGO. ¡Qué valor ese de la amistad sabes transmitir que hasta tus empleados sienten tu ausencia!

Cuánta enseñanza en la mirada de Rodolfo, papá porque se notaba a leguas su preocupación por ti, el respeto que siente hacia tu persona; un respeto que no se basó en el miedo, sino en el cariño.

Tú, ecuánime a pesar de tus dolencias y cual soberano en su imperio, aceptaste con la humildad de un Rey, fundirte con él en un abrazo que, creo, sanó más tu enfermedad que todas las medicinas juntas que has tomado.

Cuando tus pies se posaron en la blancura de tu patio, el mismo patio que te vio nacer, me di cuenta que la energía de esta, tu tierra, había penetrado por tus plantas y te había colmado.

¡Eres otro aquí, Feyley! Eres el Monarca, el Guía, la Luz, el Jefe, el Patrón como cariñosamente te dice Rodolfo.

Ya no solicitaste mi mano para apoyarte y tus palabras me llenaron de esperanza: “yo puedo solo” –me dijiste- y caminaste firme hasta donde tu amigo para abrazarlo, luego colgaste la citadina boina de pana y enfundaste tu sombrero de palma, distintivo que te acompaña siempre en el ejercicio del Don de mando que has desarrollado todos los días de tu vida en este, tu reino.

Todos estos meses de tu enfermedad había estado muy triste porque sabía que no es fácil vencer al cáncer y suponía que el final estaba cerca.

Hoy tengo mi corazón lleno de esperanza y agradecimiento. Te veo sentado en tu poltrona que más bien es un trono y siento que tu fortaleza física y espiritual, le está ganando la batalla a esa terrible enfermedad. La Cruzada que libras con la muerte es estoica y creo que finalmente el triunfo será tuyo… y nuestro.

Me haces pensar mucho en la vida, papá porque eres como la encarnación de un Dios. Yo creo que el cáncer no va a acabar contigo, pero si comprendo que toda la sabiduría que has acumulado, debe tener una recompensa y esa, debe ser el cielo. Tu reino debe crecer de lo físico y terrenal a lo infinito porque para eso te has esforzado.

Y sé que todavía tenemos mucho que aprender por eso la decisión divina de que aún estés entre nosotros, por eso tu recuperación maravillosa, por eso la plenitud de alegría de mi corazón.

Anoche te escuché dormir y, a pesar de tu constante malestar estomacal, sentí que estabas descansando. Sentí tu humanidad en paz, tranquila, como si Dios estuviera durmiendo a tu lado… yo también dormí en paz, papá.

8 DE DICIEMBRE DE 2006

Tengo miedo de que nos vayamos, has estado tan bien aquí, que creo deberíamos quedarnos. Pareciera que a este lugar, le sienta bien tu presencia y al revés. Pareciera que esta neblina de mediodía o el sol a plomo de en la mañana, apenas cuando asoma su cara tras la montaña o bien la noche bañada de estrellas, son la otra mitad que te hace falta.

Pareciera que el incesante canto de los pájaros, el vuelo de las águilas, el arrullo de los riachuelos o el incansable sonido de la llave de agua abierta día y noche, son gotas de vida que absorbes constantemente.

Llevo tres días de esperanza Feyley y tengo miedo de que se terminen cuando lleguemos a tu claustro, cuando vuelvas a esa cama que no es la tuya y quieras volver a tomar la mano de alguien para levantarte de ella.

Tengo miedo de que quieras volver a ser dependiente de alguien o que no quieras levantarte de esa cama donde la esperanza se apaga.

Tengo miedo de que tu apetito disminuya, que tu fortaleza cese o que la luz de tus ojos se apague en esa cama que parece que te llama.

Pude darme cuenta de tu semblante hoy papá y no me gustó la preocupación o tristeza que sientes al dejar tu casa. Todavía seguimos aquí y sé que no quieres regresar, porque cada átomo tuyo pertenece a esta tierra.

Allá, a pesar de que casi todos tus hijos están contigo o te ven a diario, te sientes solo… se puede oler tu soledad y no me gusta.

Por eso padre mío voy a estar a tu lado, en tu casa para compensar un poco esa soledad que sientes allá entre los tuyos. Vas a estar bien Feyley porque has sido un hombre grande y los hombres grandes están en la gracia de Dios.

9 DE DICEMBRE DE 2006

Anoche, una noctámbula mariposa del tamaño de un diurno gorrión, no me dejaba conciliar el sueño. Aleteaba y aleteaba incesantemente, desesperada por salir a la luz del foco del pasillo.

Varias veces azotó su cuerpecillo frente a la ventana, luego la escuché hasta el techo de lámina y bajó detrás del ropero; en un momento, la sentí en mi nariz y al otro, debajo de la cama. ¡Pobre! No podía encontrar la salida.

La primera de tus varias citas al baño, fue más o menos cuando mi desveladora mariposa, trataba de levantar el vuelo, desde el suelo. La luz del pasillo, seguía prendida y mi hermano y tu, apoyados de una lámpara de mano, abrieron la vieja puerta de madera para encamisarse por el pasillo, hasta el baño.

¡Por fin! La mariposa pudo salir de su claustro y se dirigió al foco del pasillo. No había encontrado aún un buen lugar entre la multitud de insectos que revoloteaban en el foco, cuando una sombra espectral, con la velocidad de un relámpago, le quitó toda ilusión.

Creo que no se dio cuenta ni cómo murió, ni qué se la comió, ni porqué. A estas horas de hoy, supongo que los ácidos gástricos del murciélago, ya han de haber digerido la totalidad de la mariposa. ¡Ojalá y se hubiera quedado conmigo en el cuarto! Aunque, si hay algo cierto es que nadie se salva de su destino.

Tú regresaste de tu primera cita y después de unos minutos, todo quedó en paz, todo en relativo silencio… ¿El silencio suena a canto de grillos? Y, en el caso de la finca ¿a una llave de agua abierta?

Todo estaba en silencio, en el exquisito silencio de la finca, un silencio que canta, que arrulla, que adormece, que deja pensar; un silencio que te deja conciliar el sueño.

Sentí de pronto ese inigualable hormigueo del cuerpo cuando te estás quedando dormido y presentí como seria el mes que termina el año.

Tu sombrero de palma caído ligeramente hacia un lado, un suéter azul raído por los años, tu barba a medio afeitar inmaculadamente blanca y la expresión de tu sonrisa que dice mucho sobre la alegría que te da estar en tu casa, me sirvieron de imagen para dormir.

Dormí tanto y tan bien, que no me di cuenta que en tu dolorido estómago, se libró una batalla que te hizo levantarte más de seis veces al baño.

13 DE DICIEMBRE DE 2006

Hace cuatro días que llegamos y desde el sábado que no te veo. La mañana en que regresamos de tu finca, te vi triste, Feyley. Estabas como absorto, como ausente, como pensativo… triste.

Otra vez solicitaste mi mano para bajar del vehículo, otra vez tu semblante como de hastío y me dio mucho miedo pensar en una recaída. ¡Estabas tan bien allá!

Desde el sábado papá, he estado pensando en ti porque mi preocupación es grande. No tengo mucha vitalidad, pero me gustaría pasarte un poco de la que me queda para que este 24 de diciembre, no sea distinto a los otros 40 que he vivido, es decir, a tu lado, en tu casa.

Hoy escuché tu voz alegre y me dio mucho gusto que te estés recuperando; cuando preguntas sobre nuestro trabajo, quiere decir que estás dejando de preocuparte por tu enfermedad y tu mente y espíritu de Padre responsable hace que te preocupes por nosotros.

¡Ay! Feyley ¿Cuándo dejarás de preocuparte? Si no es por tu enfermedad, es por tus hijos, si no, por tus trabajadores que también son tus hijos. Siempre hay algo que ocupa tu mente y a estas alturas de tu sabiduría, deberías descansar de todos nosotros.

Mañana vamos a ir a caminar. Quisiera llevarte a que le des bola a tus zapatos en el zócalo de la ciudad, compraremos un periódico y nos sentaremos en una banca a leerlo, quizá nos tomemos un té o un agua simple y caminaremos alrededor del primer cuadro.

¿Hace cuánto que no haces eso?

El céntrico periplo era para ti cotidiano cuando vivíamos con mi madre en el centro y, supongo que hace mucho que no vuelves.

Tengo que advertirte que no todo está igual, ni siquiera parecido, pero la esencia no ha cambiado; creo que esas calles aún te esperan y que los árboles de la Alameda desean saludarte. Quizá el viejito de la Lotería, te recuerde.

¡Mañana será un día maravilloso porque voy a estar contigo como hace 30 años cuando aún me comprabas globos!


24 DE DICIEMBRE DE 2006

Nunca antes te había deseado felicidades por la navidad antes de las 12 de la noche. Tengo 40 años y casi siempre hemos recibido la navidad en tu finca, alrededor de una mesa que ha sido nuestro punto de reunión desde siempre.

Sin embargo, hoy las cosas son diferentes. Tuve que llegar hasta tu cama porque te había vuelto ese terrible malestar estomacal.

Es la tercera vez que te baño y me di cuenta que la inflamación de tu vientre había disminuido un poco, sólo un poco pero en su lugar, casi toda tu caja toráxica, había aumentado su tamaño.

Tus piernas y tus pies estaban inflados por la retención de líquido y toda la parte de tu cuerpo que sufre la inflamación, estaba dura como una roca.

El doctor llegó a verte y te dijo que “esa hinchazón es normal y no es de cuidado” y tu, condescendiente no dijiste más de tus dolencias aunque en el baño, trataste de orinar y sentiste dolor, quisiste defecar y tampoco pudiste hacerlo normalmente.

Esa hinchazón de tu cuerpo te esta matando, Feyley y sé que sufres, sé que te preocupas, sé que no estas consciente de que el cáncer está invadiendo tu cuerpo irremediablemente.

Hay fases en esa enfermedad, dicen los doctores, y parece que tú estas en las últimas, aunque no lo parezca o más bien aunque nosotros, tus hijos, no queramos que así suceda.

La fase en la que te encuentras, papá, es más dura porque vas a comenzar a sufrir, a sentir malestares y sobre todo dolores, ¡Vas a querer morirte Feyley y Dios sólo te lo va a permitir cuando sienta que estas preparado para ese trance!

Yo no sé porque funcionan así las cosas. ¿Por qué tienes que sufrir? ¿Porqué no sólo te mueres y ya? ¿Porqué tienes que padecer y contigo nosotros, esos horribles dolores, esa imposibilidad de evacuar tus deshechos, esa distensión expiatoria que hará que un día revientes?

¿Qué hiciste, Feyley para merecer este sufrimiento? Y a nosotros tus hijos ¿Hacia donde nos lleva ese sufrimiento? ¿Porqué Feyley, porqué?

¿Qué Dios es ese al que le rezas a diario y asistes a sus liturgias, que no se tienta el corazón y la piedad para llamarte a su reino para que dejes de sufrir?

¿Soy egoísta por eso quiero que mueras y no sufras para así no sufrir yo?

Dios… ¿que estoy diciendo? Ya no sé si prefiero tener a mi padre eternamente o perderlo para siempre con tal de que no sufra, de que no suframos.

¡Ay Feyley! Ubérrimo roble de once ramas al que la vida se le está yendo desde dentro.

Que triste es pensar en ti, hoy que es navidad, hoy que acostumbrabas a abrazarnos a las 12 de la noche para celebrar nuestra unidad, nuestra vitalidad y nuestras ganas de vivir.

Si hoy tengo que pedir un deseo a Dios antes de que acabe con las doce uvas, ese será que te deje morir en paz, que te permita entrar a su reino para encontrarte con María y que impida que sufras como ella sufrió con nosotros.

Que te eleve hacia los cielos colmados de estrellas y que esparza tu aroma para que perfumes los campos, que tu voz se vuelva canto de jilgueros y tu imagen brillo de sol o luz de luna para que podamos recordarte en todas las cosas bellas que nos enseñaste a amar.



31 DE DICIEMBRE 2006

No sé desde hace cuanto tiempo no sueño contigo. Anoche llegaste a mi memoria, a mí subconsciente de una manera extraña: Tengo la certeza de que estás muy enfermo y sin embargo en mi sueño te sentí un hombre fuerte.

Estábamos en tu casa y acabábamos de comer y dijiste ¡Tengo ganas de ir al baño! Inmediatamente después te paraste de la mesa y subiste –con mi ayuda- las escaleras.

Te tomé de tus brazos y pude sentirlos como antes. No débiles y delgados, sino fuertes y poderosos como cuando cortabas la rama de un árbol con un solo tajo de machete. Tenías cabello negro y las innumerables arrugas de tu rostro habían desaparecido.

Tu voz, era un retumbo de rayo y tus pasos sobre las escaleras eran seguros, sin titubeos, sin embargo, usabas pañal y lo revisaste para cerciorarte de que tu incontinencia sigue presente.

Tengo confusa la siguiente parte de mi sueño pero entiendo que tratas de decirme algo.

He estado pensando en el significado y creo que lo que quieres decirme es que esa fortaleza de antaño, está llegando a tu cuerpo de nuevo, es decir, estas fuerte, robusto y preparado para la muerte.

Presiento que has aceptado tu destino y te has puesto en manos de Dios.

Hace cinco días exactos que no te veo. Sé que estás en tu reino, en tu tierra y eso me asegura que en la apacible calma de las montañas, estas preparando tu mente para el último trance que realizaras en esta vida.

Siento que la materia de tu cuerpo, le está dando paso a tu espíritu y que pronto te convertirás en 21 gramos de energía pura que reforzará la maquinaria cósmica que te dio la vida y que ya la reclama.

¡Vas a ser omnipresente, Feyley! Te voy a poder encontrar en todos los lugares, en todos los colores, en todos los aromas, en todos los rincones, incluso dentro de mi, en todos los tonos y semitonos de la música, en la poesía, en el arte y en la cotidianidad de la vida; te voy a encontrar en el pasado con mis recuerdos y en mi futuro con mis aspiraciones y, donde quiera que te encuentres, sé que estarás pensando en mí, en tus hijos, en tus afectos.

¡Vas a ser omnisciente, Feyley! Voy a poder contarte toda mi vida, hasta la que no me he atrevido a decirte y vas a tener una respuesta para tu hijo que dejaste en la tierra. Todo sabrás de mí y de los tuyos y recurriremos a ti en la mente para abrevar de tu conocimiento infinito.

El sueño de anoche reforzó la esperanza que tengo, el de que Dios te llame a su reino. Me sentía egoísta y petulante al pedir tu muerte a Dios para que dejásemos de sufrir tú, con tu dolor y nosotros en tu dolor.

A la luz de este último día del año ofrezco mis disculpas al creador por haberle suplicado piedad para ti y, por el contrario, le pido que te dé esa fortaleza con la que te soñé para que cumplas con tu expiación y para que nosotros continuemos con la nuestra hasta el día que nos toque padecerla en carne propia.









12 DE DICIEMBRE 2006
12 DE ENERO DE 2007


Quisiera regresar el tiempo. Al poner la fecha de hoy, me equivoqué en el día, en el mes y en el año y eso quiere decir que no quiero que el tiempo transcurra porque si algo es tu enemigo en este momento, ese es el tiempo.

Y ¡Qué paradoja! Hace unos días me avisaron que voy a ser papá, eso quiere decir que si el tiempo no pasa, mi hija no nacerá.

Pero si existe una certeza matemática, esa es el tiempo, en cuya dimensión ocurren todos los eventos que nos llenan de alegría, admiración, temor o dolor.

Dentro del tiempo y del espacio naciste, creciste, te procreaste, nos procreaste y ahora es necesario que toda esa energía derramada la regreses al universo para que el tiempo no sea para ti un enemigo, sino un aliado que te servirá para encontrar a tus hijos dentro de su propio tiempo y su propio espacio.

Sin embargo no es el tiempo el que me preocupa o me pone triste porque finalmente su transcurrir, hará que mi hija nazca y tú mueras.

Lo que me entristece y me llena de dolor, es tu expiación, es la manera en como estas muriendo, es la disfunción paulatina de tus órganos y el malestar que esto te provoca, es tu cara abstraída, tu mirada perdida en un horizonte de cuatro paredes, tu boca semiabierta, tu piel pegada al cuerpo [como una sábana sobre un perchero], tu estómago dolorido, ruidoso, inflamado como una sandía madura, tus piernas esponjadas, tus pies a reventar y tu desesperante silencio, un silencio que es estrictamente mudo.

Desquicia tu silencio Feyley porque no sabemos que es lo que pasa dentro de tu cabeza y mucho menos sabemos de qué tamaño es tu malestar.

Hace unos días, cuando te fue a visitar tu amigo el cura y se hincó a un lado de tu cama para ofrecerte esas oraciones que se le brindan a los moribundos, de lejos y en silencio pude escuchar tu corazón. Latía con arritmia y tu respiración la sentí agitada, estabas como con éxtasis pero tu cara estaba invadida de temor. ¿Tienes miedo de morir, Feyley? ¿No quieres irte de este mundo y por eso tus análisis nos ofrecen informes sobre tu lucha titánica contra la muerte? ¿Por qué luchas tanto papá? ¿Qué es lo que aun te ata a este mundo donde lo que te espera es más sufrimiento? ¿Quién de nosotros o de otra familia te preocupa tanto que no quieres desampararlo, que prefieres pelear desigualmente contra el Cáncer?

Papá, voy a tener una hija que nacerá en nueve meses, quizá no la conozcas físicamente pero dentro de mi corazón, existe la esperanza de que tu espíritu forme parte de ella como la mejor herencia que pudieras dejarle a uno de tus hijos.

Y la voy a amar eternamente como a tu recuerdo; la educare bajo los principios que me enseñaste y esa niña será el altar donde ofrezca un holocausto diario a tu memoria, por eso no morirás, porque te recordaré siempre todos los días de mi vida hasta que me encuentre contigo en el paraíso.


15 DE ENERO DE 2007.

No muchas veces he sentido la muerte, ni cerca, ni lejos, es más, solo una vez la he sufrido y ese día fue cuando mamá murió, un domingo de resurrección, recuerdo.

Quizá la primera vez que la sentí fue una madrugada o noche lluviosa. Dormía junto a mi madre y a mi padre en la finca, era una noche obscurísima y escuchamos el motor de un vehículo que se aproximaba. No era una hora correcta para recibir visitas y cuando eso sucede, quiere decir que algo muy malo o muy bueno había ocurrido.

Tal vez tenía dos o tres años de edad, pero recuerdo como si fuera hoy, la cara de espanto de mi madre.

No supe qué pasó, solo viene a mi mente que mamá dejó su lecho y se fue con las personas que llegaron esa madrugada.

Pregunté qué había pasado, pero la respuesta de mi padre fue un abrazo arrullador que hizo que durmiera toda la noche. A la vuelta de muchos años, supe que habían apuñalado a un tío, único hermano de mi madre y casi muere, porque la daga pasó muy cerca de su corazón.

Esa noche entendí que alguien cercano a mí podía morir y separarse de nosotros.

La siguiente vez me tocó, también en la finca, la muerte de mi abuela, madre de mi madre. Había estado con ella la mañana que murió, incluso la había invitado a comer a casa, pero su rutina se lo impidió. Estaba entera, sobria, completamente conciente de todo; leía la Biblia esa mañana que platicó por última vez conmigo, estaba sana, sin ningún padecimiento y con esa confianza me despedí de ella.

Habíamos terminado de comer, Papá se levantó de la mesa para dormir –como siempre desde que tengo uso de razón- su siesta diaria. Mamá y yo quedamos en sobremesa platicando cuando pudimos oír el motor de un carro. ¿Quién será? -Nos preguntamos- y, obviamente, en ese magnifico retiro espiritual que es la finca, un vehículo no esperado, es sinónimo de noticias casi siempre malas.

El tío apuñalado década atrás, bajó de una camioneta que no era suya –algo inusual también- y caminó por el blanco patio de la finca. Mamá salió aprisa, como presintiendo algo y preguntó ¿Qué pasa? Es mamá –dijo tío Gustavo- ¿Qué le pasa a Mamá? –Volvió a cuestionar María con tono de urgencia-.

Pues… se cayó y…
¿Qué le pasó a Mamá? –Dijo María-.
… Se cayó y… se murió. –Contestó tío-.
Ambos lloraban y mi padre que había escuchado el diálogo, salió de su cuarto y abrazó a mi Madre.

¡Cálmate María! –exclamó- y en seguida me instruyó para que preparara nuestra camioneta para viajar al pueblo y hacernos cargo de los funerales.

Tenemos que irnos a Oaxaca, porque tu mamá se puede poner mal o cualquiera de tus tíos así que será mejor que nos vayamos ahora mismo.
Esa noche, después de hablar por el único teléfono del pueblo a mis hermanos, salimos hacia la ciudad con el cuerpo de mi abuela.


17 DE ENERO DE 2007.

Creo que hoy es el día que peor te he visto… tu boca eternamente abierta y esa tos insoportable para ti y para mí, confirma que el mal ha llegado a tus pulmones.

Estuviese conforme con tu muerte, si también tú estuvieses convencido de ella, pero parece que te resistes.

Los doctores dicen que no hay nada que hacer, solo esperar a que te encuentres con tu destino.

Tuve muchas ganas de llorar hoy por ti y por mi, tantas, como tu de toser.

Lloré por ti, no porque vayas a morir, sino porque no te quieres morir. Lloré por mí, porque te amo y no me gusta verte padecer.

El dolor o inmenso malestar que sientes, inevitablemente lo hago mío, lo padezco también y no me gusta porque tengo el corazón lleno de angustia.

Me niego a verte sufrir, pero no puedo hacer más que quedarme a tu lado y verte padecer. ¿Por qué? ¿Por qué también sufro yo tus males? ¿Acaso Dios me castiga de esa manera por no haber sido un buen hijo tuyo?

Tengo la certeza de que no solo amor, cariño y respeto pude haberte dado como hijo, también pude haberte ofrecido muchas satisfacciones que no te di por mi torpeza.

Tu y yo somos un par que no ha terminado aún con su relación, por eso debo acompañarte en tu dolor para que nos purifiquemos los dos.

¡Dios sabe Padre mío cuánto me está doliendo tu dolor! Y juro que ya estoy resignado.

Sé que solo es cosa de tiempo, dimensión ésta que se convirtió en tu enemiga desde hace varios meses ya.

Faltan veintidós días para tu cumpleaños y no sé si quiero que los cumplas. Fuiste testigo de dos siglos y tu experiencia es infinita, por eso no concibo que prefieras sufrir a ceder y enfrentarte con el Universo. ¿Te da miedo el Universo?

Tu me diste la vida hace casi cuarenta y un años y hoy, un poco de esas moléculas y átomos que me formaron y fecundaron la otra mitad que soy, va a regresar a tu cuerpo para unirnos todavía más. Medio litro de mi sangre pasará a tu torrente para tratar de aliviarte y ¿Sabes papá? ¡Es lo único que puedo hacer por ti!

No se rezar por eso escribo. Estas letras tienen un sentido y ese es aliviar mi dolor, no el tuyo.

Si lloro, rezo, canto, escribo, pienso en ti, estudio, leo o solamente te observo, no alivio tu dolor, aunque al hacerlo mi intención sea sanarte.

Impotencia se llama lo que siento, impotencia que causa angustia y desesperación. Es horrible padecer esta imposibilidad de ayudarte pero es didáctica también, me está enseñando a comprender los caprichos insondables de Dios.


18 DE ENERO DE 2007.

Dormitaba a tu lado cuando tu voz ronca me despertó. ¡Alejandro! –me dijiste- y me levanté de inmediato.

Son las dos de la mañana y es la segunda vez que pides cambio de pañal, eso quiere decir que sientes exactamente cuándo lo ensucias.

Pero si hay algo que me sorprende, es la claridad de tu mente. Sabes perfectamente quién de tus hijos está contigo y prefieres llamarlo a él, que al enfermero experto que te cuida.

También me sorprende tu preocupación por estar limpio y por mantener limpio tu lecho.

No debo de sentir admiración porque tu vida entera fue siempre limpia, eso explica tu neurosis por la limpieza.

Me vienen a la mente algunos recuerdos sobre tu persona, sobre todo, cuando de pequeño te observaba rasurando tu barba, en ese espejo de la finca que también es parte de ti.

Una tinaja blanca con el borde azul, creo que de porcelana empotrada en una funda de piel, te servía de mezcladora para fabricar una espuma perfecta que batías con una brocha de pelos de algún exótico animal y mango de porcelana también.

Luego la llevabas a tu cara y la esparcías por toda tu barba… jé, jé, creo que entonces conocí a Santa Claus.

Una navaja de acero que abría su filo en ciento ochenta grados, daba cuenta de tu barba aún oscura. La rasurabas con la delicadeza de una dama acariciando una flor y con la precisión de un cirujano y quedabas impecable, bien afeitado y con un olor tan agradable que invitaba a abrazarte.

Recuerdo que pasabas mi entonces pequeña mano sobre tu piel para que apreciara su textura. Desde entonces te convertiste en mi Caballero de Fina Estampa.

Siempre fino, siempre limpio, siempre inmaculado, lo más normal es que, hasta en tu enfermedad, conserves ese deseo de estar siempre limpio y seguir siendo mi Caballero de Fina Estampa.

Hace una hora que estoy despierto observándote y escuchándote. ¡Hay un monstruo dentro de ti, Feyley que te está consumiendo!

Puedo oírlo como gruñe, como retuerce tus intestinos y licua tus tejidos. Hasta puedo verlo cómo se mueve dentro de ti que hace que repentinamente muevas tus piernas o tu cabeza.

¡Tengo calor! –me acabas de decir-

Eso es extraño porque siempre tienes un frío constante. Ese monstruo de tu estómago te está dando calor, aunque ese calor –creo-, te ha dejado dormir como una hora ininterrumpida.

Sigo observándote y creo que estás en el paroxismo de tu enfermedad. Ya no me queda claro si te estás recuperando o por fin te estás entregando a la muerte.

Tengo mucho sueño pero no me quiero dormir. Oigo cómo cantan los gallos ¿Quién tiene gallos en la ciudad?

Amaneció papá y, sigues aquí.




21 de Enero de 2007

¿Qué es la muerte? ¿Alguien aquí, o en otra dimensión me la puede explicar? ¿Morirse es no sentir? ¿Es abstraerse, trasmutar, no pensar? O morirse es ¿ser olvidado de todos?

¡Quién que esté vivo, puede explicarme qué es la muerte! ¿Es una consecuencia de la vida, o una meta, o un motivo? Y si así es entonces ¿Qué es la vida? ¿Acaso un camino hacia la muerte?

¿Para qué nos sirve la muerte? ¿Para aplicar el conocimiento que acumulamos durante la vida? ¿De qué nos sirve ese conocimiento si con la muerte dejamos de pensar, de sentir?

¿Porqué no solo morimos y ya? ¿A quién y porqué obedece la muerte? ¿Cuál es el caso de vivir y acumular riquezas y conocimientos si habremos de morir y perder todo?

¿Por qué duele así la muerte? ¿Para qué prolongar la vida, si el camino hacia la eternidad es la muerte?




2 de Febrero de 2007

Hoy es el día de la Candelaria. Comimos rosca de reyes el 6 de enero en la Finca y quedamos que regresaríamos a los tamales.

No fue así y me entristece pensar que no podrás regresar más a tu terruño querido. No volverás a ver los árboles repletos de hojas y llenos de nidos, no volverás a escuchar el canto de los pájaros que tanto te gustan.

Ya no recibirás más el sol de en la mañana, cuando asoma sus rayos tras la montaña, no estarás en tu poltrona para esperarlo como todas las mañanas.

Te va a extrañar el sol papá, te va a extrañar el cielo abundante de estrellas y cada una de las ramas de los cafetales que sembraste y que te vieron nacer y crecer en tu reino.

Vas a ser recordado de todos, papá. Los grillos de la casa, los carpinteros petirrojos, los murciélagos que nos visitaban de noche, las primaveras, los chogones, los tordos y pájaros verdes, los picudos, los pájaros azules, las águilas, los incansables colibríes de cuyos nidos te admirabas, las patacús, las mariposas blancas y azules, las libélulas, los abejorros, las ranas y todos los seres del campo que amaste, te van a extrañar porque tú los cuidabas.

Te vamos a extrañar todos, papá. Tus hijos, tus nietos, tus bisnietos, tus sobrinos, tus ahijados, tus amigos, todos papá, por eso no debes tenerle miedo a la muerte. Nunca nos vamos a olvidar de ti y por eso vas a ser eterno.

Estas letras que escribo van a estar siempre publicadas en mi memoria, como tu imagen; igual que el verdor de tus plantas de café que nunca pierden sus hojas. Vas a estar conmigo siempre, como el sol que nace cada día y tu recuerdo será inmutable en mi mente.

No temas papá, siempre vas a estar en nuestra memoria, siempre en nuestro corazón como tu esposa María que aún vive en cada rincón de nuestras almas.


8 de Febrero de 2007

¿Acaso los ciclos son parte de esta familia?

Mi madre nació un dos de Abril y murió sesenta y nueve años después un tres de Abril. Tú acabas de cumplir ochenta y ocho años y aún estás entre nosotros pero me da miedo que el ciclo se cierre y Dios te llame a cuentas mañana.

No es una ley, pero si una posibilidad como ocurrió con María. Yo creo que si escudriño en la mente de todos mis hermanos encontraré el mismo temor, aunque haya algunos que sientan que te estás recuperando. Muy en el fondo puedo entender que lo que quieren, como yo, es que no sufras más.

Desde que cumpliste ochenta años, recuerdo que una tarea que teníamos tus hijos, era organizar la fiesta de tu cumpleaños y la festejábamos en grande: comida para decenas de personas, música, vino, poesía de tus nietos, cantos, discursos, unos cursis otros más… nos divertíamos con motivo de tu cumpleaños.

Recuerdo otras ocasiones, quizá solo una a la que acudí a la finca a festejarte. Esas eran verdaderas pachangas porque tu cumpleaños coincidía con la culminación de la cosecha de café y en ese entonces, los patios no eran blancos, sino dorados por la cantidad de grano al sol que había.

Cientos de mozos colmaban la finca de risas, de gritos de júbilo, de embriaguez, de alegría; cocineras incansables iban y venían con sendas ollas de barbacoa de chivo o borrego o tamales que repartían a los comensales apostados a lo largo del patio.

Tomaban cerveza y mezcal, cantaban, bailaban y todo era felicidad; comían hasta saciarse y por la noche regresaban a sus casas para descansar del día más agitado de la cosecha y tu no reparabas en gastos ni en atenciones porque lo que aquellos mozos hacían por ti –pizcar el grano- era mucho más de lo que la fiesta representaba.

María, siempre gran señora, siempre fuerte, siempre amable, siempre decente, siempre atenta, era dueña de la situación; ordenaba cada acto de sus cocineras y servidumbre de tal forma que todos estuvieran satisfechos: desde tus amigos ricos de la mina que te visitaban, hasta cada uno de los trabajadores de la finca.

Todo era armonía, todo funcionaba en perfecto orden matemático, todo sincronizado, todo exactamente dispuesto para la celebración más importante del año en el pueblo que te vio nacer y que hoy te extrañó.

Ochenta y ocho años pesan ya sobre ti y la celebración de entonces, le dio paso a una muy solemne que tiene más que ver con tu destino próximo que con un festejo. La casa donde reposas hoy, fue adecuada para que tu amigo el cura viniera a celebrar algo así como una misa católica.

Leímos algunos versículos de la Biblia que hablan de la atención que le deben los hijos a los padres, sobre todo en la enfermedad; rezamos el Padre Nuestro y algunos de mis hermanos con menos pecados recibieron la eucaristía de manos del presbítero. Tu mismo diste cuenta de una hostia y cantaste alabanzas a Dios.

A pesar de que María inculcó en ti la devoción al Creador, quiero decirte que no me gustó celebrar así tu cumpleaños. Yo sé que estuviste contento y que nos regalaste un poco de tu tiempo sentado en una silla de ruedas para escuchar la misa, pero aún así, no me gustó.

Por eso decidí cantarte un rato junto con mis hermanas y tus nietos y ahora no me queda claro cuándo estuviste más contento y en paz; si en la mañana durante la misa o por la noche cuando todos entonamos tus canciones favoritas.

Quién sabe qué sana más el alma, papá: si la palabra de Dios en una misa o algunas bellas canciones dedicadas a tu espíritu desde el corazón amoroso de personas que te aman.

Eso creo que tú me lo puedes responder.

Lo que yo te puedo decir es que, a pesar de que traté de poner atención al ritual católico, no pude penetrar en mi mente para pedir por ti. Creo que lo hice mejor durante la noche cuando cantábamos.

Aunque quise, no pude verte a los ojos como en tantas otras ocasiones cuando canto para ti. Mi voz se quebró en la primera oportunidad en que nuestros ojos se cruzaron y eso me sucedió porque estaba concentrado en tu persona, estaba concentrado en los días en que festejábamos tu cumpleaños mientras tu nos observabas complacido, estaba concentrado en la situación en la que ahora te encuentras y en esa impotencia que siento por no poder ayudarte.

Por eso tuve ganas de llorar mientras cantaba.

No sé si el ciclo nos alcance mañana, no sé si el Creador quiera llamarte a su reino mañana, no sé si quiero que eso suceda para acabar con tu padecer, no sé si quiero que amanezca. Lo que si sé Padre Mío, es que este corazón que te ama acompañará tu sufrimiento hasta que puedas contar todas las estrellas del cielo.






13 de Febrero de 2007

Estos 5 días han sido tortuosos. Cada vez tu salud disminuye y tu estabilidad se descompensa. Hoy mismo ya perdiste el brillo de tus ojos y la ubicación de tu mente; parece que ya no sufres porque no te das cuenta de lo que pasa a tu alrededor.

Truchis está preocupada porque siente que le perdiste la confianza. Siente que las decisiones que tomó crees que no fueron las correctas y por eso estás postrado en esa cama de hospital. Ya le dije que no se sienta así, que hizo lo pertinente y lo correcto para que tu sufrieras lo menos posible, pero ese sufrimiento no lo decide ella, sino el Creador.

Me llamó mucho la atención que quisieras ver a Rodrigo. Solamente una vez hablaste con él y ahora está lejos, muy lejos como para que pueda venir a verte… ¿Quieres curar tu alma brindándole tus últimos pensamientos a un nieto que casi no conoces, pero que evidentemente sientes?

Papá, me lastima y a mis hermanos también, verte así. Tú siempre fuiste un hombre muy conciente de las cosas, de todo lo que sucedía a tú alrededor; siempre admirabas las cosas bellas que te rodeaban: disfrutabas de un lindo amanecer o de una puesta de sol e incluso del calor de medio día frente al mar.

Por eso nos duele verte sin conciencia. Tu delirio es como inconcebible en tu persona, tu alucinación es como antagónica a tu figura de hombre siempre cuerdo. Me angustia tu delirio porque es como una advertencia de tu agonía, nos dice que pronto vas a morir y, aunque ya no te quiero ver sufrir, me espanta pensar en que ya no vas a estar con nosotros más.

Hace unos días le gritaba a Dios que te llevara a su reino, le pedí con gritos sordos a mi madre que te llamara a su regazo, supliqué a mis abuelos que te tendieran la mano para que te apoyaras en ellas y pudieras subir al reino de los cielos, exigí al ejército celestial que te abriera las puertas y te llamara.

Y hoy que estoy conciente de tu inconciencia, me da tristeza saber que el proceso está llegando a su final y que estás entrando en una dimensión diferente a la nuestra por eso no podemos empatarlas y parece que nos dices incongruencias cuando quizá estás diciendo lo que vez allá, en la entrada del paraíso.

Te amo mucho papá, te amo bien, serenamente, sin apegos, sin ataduras, sin remordimientos por eso creo que cuando nos hagas falta físicamente, no lloraré mucho tu partida y al contrario, estaré agradecido con Dios porque te llamó a formar parte de sus dominios y desde ahí podrás estar eternamente con tus hijos.

Daré gracias a Dios porque entre su reino habrá un abogado más que velará por el bienestar de todos nosotros, que intercederá por sus hijos ante la divinidad y su voz vigorosa de hombre bueno, resonará en todo el coro celestial para proteger a su estirpe que dejó en la tierra, aprendiendo… aprendiendo a morir quizá.

Sentir la muerte no me gustó, pero me está enseñando a que los seres amados van a morir algún día y esa muerte será dolorosa inevitablemente.

Sentir tu muerte me está enseñando cuánto te amo, cuánta falta me vas a hacer cuando ya no estés junto a mi y tal vez me enseñe a procurar cuidarme para no hacer pasar ese dolor a los seres que a mi me aman si alguna enfermedad me ataca.

Creo que Dios ya te abrió las puertas del cielo y siento que vas avanzando hacia la entrada. Ojalá así sea Papá, para que puedas encontrarte con mi madre y juntos, bajo el manto divino de Dios, descansen en paz como la unidad que siempre han sido.

MADRIGAL
22 de Febrero de 2007

Murió finalmente Feyley, mi padre. Con su cabeza erguida como siempre, con su semblante serio, con sus 88 años definitivos de caballero de fina estampa, con sus doce hijos desconsolados, con sus incontables nietos y sus tantos bisnietos, también desconsolados.

Febrero lo trajo, febrero se lo llevó y él obediente de los designios divinos, subió a encontrarse con María el amor de su vida, para celebrar sus nupcias definitivas.

Y en ese lance de amor y pasión, se llevó consigo a la última de sus nietas que nacería apenas en este septiembre. Quizá María y Feyley estén celebrando sus bodas eternas; ella de un blanco sublime y él de un gallardo traje negro. Atrás de María, una niña hermosa levantando la cola de la novia.


07 de Marzo de 2007

El tres de marzo me quedé esperando tu llamada como cada año, porque donde quiera que estuvieras, me llamabas invariablemente. Esperaba cada año el día de mi cumpleaños porque sabía que tus “felicidades” eran las más sinceras que pudiera escuchar ese día.

No llegó tu llamada y entonces recordé que habías muerto el 15 de febrero ya entrada la mañana y me puse triste. Recordé también que seis días después, mi hija decidió seguirte en el camino y entonces me puse más triste.

Desgraciadamente la muerte duele y, ¡mira qué cosas del destino!, pensé que no ibas a conocer a tu nieta porque ibas a morir antes de que naciera y resultó que se fueron juntos en Febrero para más no volver.

Algún día apiádate de mí y descríbemela en un sueño, dime como es, como está y porqué se fue si la esperaba con amor, dime si se parece a mí o a su mamá y cómo es su carácter.

Papá, ya no estás entre nosotros y solo me queda tu recuerdo. Sabes ahora que te llevo presente, que mi ser es una extensión del tuyo y que mi vida será, salvadas todas las proporciones, como la tuya, limpia, digna, honrada, equilibrada porque voy a ser el Don Feyley de mi familia.


2 de Abril de 2007
Hoy cumplía años María, mañana los seguirá cumpliendo.
Ya no puedo escribir más, ya no quiero escribir más.
Mi dolor tiene que producir más que letras, tengo la confianza que así será.

La maldición del Carcinoma

Francisco Alejandro Leyva Aguilar
Taller de Redacción. IESO CTC 1V
La maldición del carcinoma
Cuando nací, el tres de marzo de 1966, le dijeron a mi madre que tenía un pequeño tumor en su vientre y que era necesario que se lo checara con algún médico especialista en oncología. Pasaron treinta dos años de aquella recomendación y el tumor llegó a hacerse una masa amorfa que llegó a medir 30 centímetros y a pesar más o menos unos 450 gramos.
Una bolita en la punta de la lengua de mi madre, nos alertó sobre lo que vendría para la familia; la operación para extraérsela duró unas tres horas y el médico nos dijo que no había mayor problema, mandarían analizar el tumorcito de la lengua y nos daría pronto el resultado.
Meses más tarde, el carcinoma (tumor maligno) del vientre, comenzó a darle molestias físicas. Nosotros ignorantes del tema y suponiendo que un tumor en le vientre debe ser tratado por un ginecólogo, llevamos a mi madre a uno de los mejores hospitales del México. La Clínica Londres ofrecía para nosotros, todas las posibilidades de tratar a mi madre con profesionalismo.
Un médico famoso de apellido Castelazo, nos dijo que “operaría a mi madre y que no nos preocupáramos, que todo saldría bien”. Casi cuatro horas de tensa operación y el Ginecólogo salió para avisarnos que no había podido extirpar el tumor, solo le había hecho una biopsia (muestra de tejido) para determinar el nivel de antígeno cervicouterino (nivel que muestra el desarrollo de cáncer en células sanas del vientre de una mujer).
En otras palabras, el mercenario médico abrió el vientre de mi madre, lo observó y determinó que no era posible hacerle nada más que la biopsia. Cuando nos entregó el resultado de la misma, hizo que el mundo entero se nos derrumbara.
Cuando te dicen que a tu Madre le quedan unas cuántas semanas de vida, tu mente se nubla, reniegas de Dios y de su casta de Ángeles, Arcángeles, Santos y Vírgenes, quieres patear todo y no puedes, aunque quieras, contener las lágrimas.
Duele mucho el pecho y sientes un vacío enorme antes de padecerlo. Todas las virtudes de la vida te parecen banales. Sientes que no hay razón para vivir porque no hay dolor más grande para un hijo, que perder a su madre y la mía ¡tenía once!.
Un -¡no puede ser!- comunitario de todos los que estábamos presentes en ese momento, salió de nuestros corazones, no de la boca de cada uno. Algunos se pusieron a llorar, otros más quedamos como en estado catatónico, sin saber qué decir. La consternación fue general en toda la familia.
Ese mismo día por la tarde, tuvimos una reunión familiar para determinar lo que haríamos con mi Madre, teníamos que definir dónde la llevaríamos, con quién, para qué. Teníamos que definir qué posibilidades tendría de vivir y en qué condiciones, cuánta calidad de vida podría tener con otra operación.
Me puse a leer sobre el cáncer y me di cuenta que es una lucha interna de células contra células de uno mismo y que no hay cura para ello, además que no se ha encontrado la causa por las que las células de algún tejido, se revelan contra el cuerpo y crecen desmesuradamente sin control.
Mi madre estaba en fase terminal de uno de los cánceres más agresivos que hay. Tenía algo que se llama metástasis, que es la irrigación de líquido ascético del interior del tumor que se riega por todas partes del cuerpo e infecta o motiva, por decirlo de alguna manera, la proliferación de carcinomas en otras partes del cuerpo distintas al tejido original.
Era poco lo que podíamos hacer por ella, pero entre todos decidimos que una operación llamada asepsia sería la más viable para ofrecerle a mi madre una calidad de vida buena, sin tubos o conexiones fatales que más que aliviarla, la perjudicarían potencialmente.
Debo decir que María era una mujer de una sola pieza, entera, segura, autosuficiente, independiente, emprendedora, versátil, orgullosa, soberbia, elegante y muy guapa. Una quimioterapia que la dejaría calva y sin cejas por ejemplo, podría afectarla sicológicamente, por eso hablamos con ella con mucho tiento.
Cuando le dijimos que tenía cáncer y que debíamos combatirlo juntos, esperábamos una respuesta negativa porque casi toda su vida había vivido con el miedo de padecerlo, pero ecuánime dijo: “si, voy a luchar, pero cuando yo diga basta, es basta”.
Se sometió a la asepsia con la condición de que no la lleváramos a ningún país extranjero, que la operáramos en México en un hospital donde pudiéramos estar todos con ella. Así fue, le extirparon el tumor y la sometieron a quimioterapias para evitar la expansión de carcinomas en otras partes del cuerpo.
Vivió así, con solo un catéter (un tubo en una vena que llega al corazón), cinco años más de su vida en los que le entregamos todo nuestro amor y todo lo que podíamos, para hacerle sentir importante en nuestras vidas y ella misma sintiera la necesidad de vivir por nosotros.
Pero el cáncer no perdona; el primero de abril de 1994, luego de una crisis y del diagnóstico fatídico, la trajeron en un avión a Oaxaca. La recibí en la entrada del hospital y la bajé en la camilla hasta la cama del hospital.
El dos de abril por primera vez, festejamos su cumpleaños sin que ella estuviera presente y, finalmente el tres, después de hablar con cada uno de nosotros, se fue con Dios para nunca más volver.
Sin embargo la llevo presente todos los días de mi vida, como si no hubiese muerto, como si solo hubiera trasmutado a un estado espiritual que solo yo puedo sentir y donde me escucha cada que la invoco, donde me aconseja cada que tengo un problema, donde seguramente me espera porque algún día voy a estar con ella otra vez y para siempre.

De la guera y sus demonios

De la Guerra y sus demonios.
Alejandro Leyva Aguilar
Redacción 1 V CTC

Hoy, quizá sea uno de los días más críticos en el conflicto entre Irak y los Estados Unidos. Hay un ultimátum y las preferencias por la guerra parece que son la prioridad de ambas partes.

Cuando los intereses por sumir y consumir al planeta, en una conflagración, rebasan cualquier pretensión de conciencia, entonces la violencia masiva se hace presente para devastar todo a su paso: ciudades, bosques, selvas, mares, animales y hombres… sin piedad.

Solo hagamos un recuentro de las dos últimas confrontaciones a nivel mundial.

El 28 de Julio de 1914 comenzaron las fricciones entre el imperio Austro Húngaro y los Serbios; como pretexto, el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, heredero del trono Austrohúngaro, a manos de un fundamentalista Serbio.

La guerra se extiende a Rusia el 1 de Agosto de 1914 y se generaliza; participan en ella 32 naciones y duró 4 años, 3 meses y 14 días que no podría describirlos en un ensayo a menos que fuera extenso.

Tuvo un costo material de 186 mil millones de dólares y uno humano de 37 millones de bajas militares y 10 millones de civiles muertos.

Rusia firmó la paz el 3 de marzo de 1918, en Brest Litovsk con la que se puso fin a la guerra entre Rusia y los países del Imperio Central, que además motivó la paz en la mayor parte de Europa.

No se consiguió absolutamente nada con la guerra y en aquella muestra de poderío destructor de las potencias mundiales, se demostró que no solo la dinamita o los explosivos podían ser letales para la humanidad, sino también las armas químicas y biológicas que son las que nos preocupan en este conflicto entre, hay que decirlo, el pueblo de Irak y George W. Bush.

La Segunda Guerra Mundial no tuvo precedentes. El poderío militar e industrial de Alemania y un proyecto fascista de Adolfo Hitler y Benito Mussolinni convirtieron al mundo en una gran hoguera.

Comenzó en 1939 como un conflicto entre Alemania y la Coalición Franco Británico que se extendió hasta afectar a la mayoría de las naciones del orbe, concluyó en 1945 y supuso el nacimiento de un nuevo orden mundial, dominado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los Estados Unidos de América.

En la Segunda Guerra Mundial se utilizaron dos nuevas armas radicalmente nuevas para la época: Los cohetes de largo alcance y la Bomba atómica.

La Primera Bomba Atómica se detonó el 16 de Julio de 1945 en Alamogordo Nuevo México como una prueba de destrucción masiva y se utilizó militarmente el 6 de Agosto de 1945 sobre Hiroshima, para obligar a los japoneses a la rendición, tres días después otra bomba atómica destruyó Nagazaki.

61 países participaron en la Segunda Guerra Mundial con una población que rebasó las tres cuartas partes de la población mundial; se reclutaron a 110 millones de habitantes de los cuales más de la mitad pertenecían a tres países: Alemania, URSS y Estados Unidos.

Murieron 55 millones de personas, eso sin contar con los 5 millones de judíos asesinados durante el Holocausto. La Guerra se caracterizó por el genocidio de gitanos, judíos y homosexuales.

Costó más de un billón de dólares

Decía arriba que cuando el interés de consumir al planeta, rebasa toda conciencia, no se puede hacer mucho por salvarlo, en consecuencia a lo único que podemos aspirar los que la tenemos, es a escribir algo sobre las posibles consecuencias de enfrascarnos en una guerra que quizá sea la última.

Albert Einstein dijo en alguna ocasión que no sabía cómo iba a ser la tercera Guerra Mundial, pero si estaba seguro que la cuarta tendría que ser con palos y piedras.
Einstein, que fue uno de los genios del siglo pasado, nos advirtió sobre la posibilidad de destrucción total de la humanidad si seguimos con la necedad de resolver los problemas por la vía armada.

Y lo decía porque la carrera armamentística desatada a parir de la Segunda Guerra Mundial, no ha parado desde entonces. La creación de armas letales de destrucción masiva, es ahora tan grande que durante la guerra fría estuvimos al borde del holocausto nuclear, cuando Estados Unidos era gobernado por un hombre al que le debemos la estabilidad política de los últimos tiempos y también la vida: Jhon F. Kennedy.

Pero esos tiempos de estabilidad están muy lejos de regresar y por el contrario parece que este calor de sol, se está tornando de infierno, el infierno de la incertidumbre de pensar que miles, millones de personas estamos en la mente de solo unas cuántas que son las que decidirán si persistimos en este planeta.

Esa famosísima reunión de las Islas Azores en las que proponen un desarme expedito y sin condiciones de los iraquíes y que los orillan más a la conflagración, no puede, ni debe ser el marco para tomar una decisión tan crucial como el inicio de una Tercera Guerra Mundial.

Pero ¿Qué podemos hacer sino rezar? ¿Qué podemos esperar de nosotros mismos como humanos si lo único que hemos hecho en todos estos miles de años en los que hemos “evolucionado” es destruir a ultranza este planeta que nos ha dado tanto? ¿Qué hacer si solo somos capaces de ver la televisión y medio preocuparnos por lo que pueda pasar en los siguientes días: si sube la gasolina o se encarecen los alimentos o si el turismo bajó o si el dólar subió?

En verdad ¿Qué hacer?

Hay algunas personas como yo que se preocupan un poco de lo que le espera en las últimas horas, aunque no vaya a pasar nada y si entiendo por las noticias, que el ataque de los gringos y de los iraquíes será biológico o químico, entonces tengo que esperar a morirme de Viruela o Ántrax o ser consumido por un gas letal como el mostaza o el sarín que ya fue utilizado durante la Segunda Guerra Mundial por los Alemanes.

Podemos también leer los libros sobre la Primera y Segunda Guerras Mundiales o sobre la Guerra de Vietnam y seguramente nos vamos a horrorizar con los relatos de los Chinos que fueron consumidos por agentes biológicos liberados por los japoneses, o los afganos que fueron lacerados en la guerra contra la Unión Soviética en 1980.

Eso fue el siglo pasado. ¿A qué nos vamos a enfrentar este siglo? ¿a la defoliación de millones de hectáreas de bosques o al envenenamiento de ciudades completas por un virus desconocido del que se les olvidó inventar el antídoto?

Estoy aquí en mi México Lindo y Querido, como dijera Jorge Negrete en aquella canción que lo volvió famoso y aquí habitamos 90 millones de personas, en una “puerta de entrada a los Estados Unidos”. Aquí en México donde miles de indocumentados tratan de pasar, muchas veces con éxito, hacia el país del Norte.

Estoy aquí con mis seres queridos y supongo que estaré y estarán aquí hasta que Dios quiera, si entiendo las cosas de una manera espiritual, porque si me pongo a pensar que no va a ser hasta que Dios quiera, sino hasta que las decisiones de unos cuántos actores políticos internacionales lo decidan, entonces estaré odiando eternamente, desde el más allá, desde la Otra Mansión a la raza humana que no supo honrar la inteligencia que el Gran Arquitecto del Universo le proporcionó.

Vaya pues una plegaria desde este corazón por la paz, esa paz que tanto nos hace falta dentro de nuestros propios corazones, esa paz del anciano que ya vivió lo suficiente como para morirse cantando o esa paz de los recién nacidos que no comprenden la imperfección de la mente adulta y adusta de esta generación de idiotas.

Una plegaria que llegue hasta los rincones más recónditos de la conciencia humana porque no puedo pensar que en el amanecer de este nuevo siglo en que esperaba el crecimiento tecnológico profundo, ese que no tiene miedo de enfrentarse al espíritu humano para desarrollar la tecnología dentro de la metafísica, pueda acabar de la manera más simple que es la ignorancia, con la vida de estos tantos y tantos y tantos millones de personas que habitamos esta Gran Canica Azul.

El mediodía Maldito

El Mediodía Maldito
Francisco Alejandro Leyva Aguilar
Cuento, CTC 1V IESO.
La noche fallecía y le dejaba paso el crepúsculo del amanecer cuando un grito desgarrador acabó por despertar a los pájaros que, amodorrados aún, descansaban en las ramas de los árboles.
El agudo y gutural sonido provenía de aquel lugar de la campiña costeña donde la gente sabía que algo aterrador había sucedido años atrás, cuando una mujer y sus tres hijos fueron desollados por un ente desconocido.
Los cuerpos habían sido encontrados sin vísceras, con tres tajos de garras en la garganta, sin dedos de las manos y de los pies; pero lo que más recuerdan quienes estuvieron ahí, fue la expresión de horror de las caras de los cuatro asesinados.
La boca abierta como tratando de gritar muy alto, los ojos salidos de sus órbitas inyectadas de sangre y esa expresión de terror de las caras, no dejaban dudas de que el asesino no era cosa de este mundo, sino de más allá de las tumbas, de los reinos del infierno cuyo siervo maligno, había encontrado el camino hacia la tierra.
Juana era una mujer humilde que había desposado con Pedro, un labrador que tuvo que emigrar a Estados Unidos por necesidad y al año de haberse ido, se olvidó de la mujer y sus tres hijos, dos niñas y un varón que era la esperanza de la madre.
Los problemas económicos hicieron que Juana se dedicara a la venta de tortillas y a lavar ropa ajena, mientras los hijos estaban pegados a ella todo el día porque eran pequeños, de uno dos y tres años.
En la campiña, la mujer cortaba pingüicas, frutas pequeñísimas que crecen de unos arbustos y que se venden a buen precio en el mercado costeño y, justo ahí en la campiña, un mediodía de Abril, cuando el calor es insoportable, Juana fue victimada por “algo” que el pueblo aún no acaba de descubrir.
Todos recuerdan que ese mediodía, los gritos de las víctimas se escucharon hasta las casuchas de la población y por lo mismo, un grupo de hombres fue hasta el lugar de donde provenían para realizar el macabro hallazgo.
Desde entonces una prohibición morbosa impide que la gente se acerque al lugar por miedo a que ese enviado del demonio, se volviera a aparecer y desollara a más personas y niños. Un gran letrero a la salida del pueblo advierte del peligro de acercarse a la campiña, so pena de morir desgarrado por un animal endemoniado o por el mismo diablo en persona.
Habían pasado varios años del desollamiento cuando esa mañana de Abril, los gritos se volvieron a escuchar. Los pájaros que aún dormían volaron despavoridos por el estruendo de los alaridos de horror que se habían escuchado.
Todo el pueblo despertó y los hombres, nuevamente salieron en grupo a la campiña para saber qué es lo que pasaba. Las mujeres protegieron a sus hijos y se quedaron en casa esperando las noticias. Todos temblaban del miedo.
Un calosfrío se apoderó de los hombres que se habían reunido en el parque de la población y pudieron ver que el cielo se nubló de aves que volaban desorientadas, mientras los perros ladraban incesantemente sin saber a qué ladrar.
Vacas y burros se mostraban inquietos y jadeaban como si estuvieran cargando algo muy pesado sobre sus lomos. En las casas, los niños comenzaron a desmayarse, mientras que las mujeres hablaban solas y en dialectos desconocidos, como si estuvieran locas.
Entonces los hombres decidieron ir a la campiña a enfrentar al demonio que estaba causando los problemas en el pueblo y con palos, piedras, machetes y crucifijos partieron con rumbo al lugar maldito.
Al llegar ahí, comenzó a soplar un viento muy cálido y un penetrante olor a sangre podrida, se percibía en un ambiente de intenso calor, como si hubiesen llegado al centro del averno. El cielo se enrojeció y comenzaron a sentir mareos y sudoraciones.
No había nadie a quien enfrentar, sin embargo, uno de los hombres pudo ver la cara de Satanás y blandió su machete con fuerza para asestarle un golpe mortal al cuello del aparecido. La cabeza rodó por un lado mientras un chorro de sangre brotaba del cuello del degollado.
No era Lucifer a quien había matado, sino a un compañero que estaba junto a él. De pronto todos se veían con cuernos y patas de cabra y comenzaron a matarse unos a otros sin piedad. La sangre era tanta, que la tierra no alcanzaba a absorberla.
Un rato más y ya no había gritos, tampoco hombres vivos. En el pueblo, las mujeres, se habían vuelto locas, mientras los niños desmayados, morían de asfixia vomitando borbotones de espuma de sus diminutas bocas.
Un montón de pájaros muertos tapizaban las calles del pueblo, mientras los demás animales, yacían en el piso jadeantes y babeando.
Una silueta ensotanada que flotaba a ras de piso, cruzó por el pueblo sonriendo macabramente. Su cara estaba despedazada a palos y su cuerpo debajo de la sotana estaba completamente quemado.
El medio día que Juana murió, había hablado con esa aparición. Un antiguo cura del pueblo que había sido asesinado por los pobladores. Mientras ardía en la hoguera había jurado vengarse del pueblo completo que lo acusó de violar a la madre de Juana que era entonces una niña.
No hay ninguna alma que descanse en paz en el pueblo, desde esa mañana y para siempre los espíritus deambulan por sus calles esperando vivos de quien puedan desquitar sus ansias de venganza. El pueblo maldito sigue esperándote, Dios te libre de pasar por ahí.

martes, 18 de marzo de 2008

El Engaño

Francisco Alejandro Leyva Aguilar
IESO 1 V

El engaño

Tronándonos los dedos esperamos la llamada del enlace que nos debía contactar esa noche del 26 de agosto de 1966. Estuvimos reunidos los siete periodistas en un céntrico cuarto de hotel en la crucecita Huatulco, esperando que Razhy, nuestro compañero de Contrapunto, pudiese tener alguna noticia de los alzados, pero eran las nueve de la noche y no pasaba nada.

¿Y si nos engañaron? –comentó Lupita Ríos, la única mujer en el grupo de siete reporteros-

Sugerí entonces: Porqué no vamos a dar una vuelta por las bahías, o por la cabecera municipal, es posible que el grupo armado intente atacar Santa María y no Santa Cruz o bien los lugares turísticos donde la atención internacional está puesta. Podemos dividirnos en grupos, unos vamos y otros se quedan a esperar.

Razhy sugirió que fuéramos todos al rondín y eso hicimos. En una camioneta que conducía con precaución y miedo, salimos a la Bahía de Tangolunda, la más popular de Huatulco, luego regresamos sobre la intermunicipal para visitar Santa Cruz y por último nos dirigimos al Oeste, hacia la cabecera municipal.

Antes pasamos por el aeropuerto y ahí, un soldado nos hizo la parada. ¿A dónde van? Preguntó sorprendido el oficial porque no era una hora adecuada para estar en el aeropuerto, el último vuelo ese día había salido a las cinco de la tarde y eran las once de la noche.

Atiné a decirle a manera de justificación, que estábamos perdidos y que buscábamos Santa Cruz Huatulco. ¡Unos cinco kilómetros más adelante por la costera! –Me contestó el miliciano-

Entonces dimos vuelta hacia la carretera federal y nos dirigimos a Santa Cruz. Ni un alma en las calles, ni un perro vagabundo o un puesto de comida de esas que cierran tarde sus puertas a los trasnochadores.

El Palacio Municipal estaba oscuro y solitario, no había guardias ni veladores. Algunas camionetas con la razón social del ayuntamiento, estaban estacionadas cerca del edificio central. El parque estaba también vacío pero lucía iluminado tenuemente por unos arbotantes de neón.

Hasta entonces Juan Carlos Reyes suspiró y se atrevió a abrir la boca: “Se me hace que nos engañaron como a chinos” –dijo- y todos soltamos una carcajada sonora que se escuchó lejos, debido al silencio de la noche en la carretera.

Decidimos regresar a la Crucecita para descansar de un día completo de tensión, de zozobra porque nos habían invitado a una conferencia de prensa con el Ejército Popular Revolucionario pero en último momento cambiaron la entrevista por una acción militar.

Nos habían informado que la acción se realizaría a las nueve y media de la noche de ese jueves, pero a esa hora no ocurrió nada, nosotros hicimos el recorrido para constatar lo que estaba pasando pero el grupo armado decidió no atacar a esa hora.

De regreso hacia la Crucecita, una luz incandescente iluminó el cielo por completo. Era una luz roja intensa que se alzó por los aires hasta una altura considerable y luego destelló, no hizo ningún ruido, pero no nos sorprendió porque parecía algún tipo de pirotecnia.

Llegamos al centro de la Crucecita a eso de las 12:20 de la madrugada y ahí si había movimiento en los bares del rededor del zócalo. Lupita, Pedro Matías y yo, nos sentamos en una banca para planear qué diríamos en nuestras casas porque nos habíamos salido de incógnito, debido a lo delicado del asunto y estábamos en nuestras cavilaciones cuando comenzamos a escuchar disparos por doquier.

Los primeros fueron al norte del centro y luego se generalizaron por todas partes y, mientras nosotros entrábamos como tromba al hotel, los comensales de los restaurantes salieron a ver lo que ocurría.

Trepamos las escaleras del pequeño hostal hasta la azotea donde unos arcos de concreto nos cubrirían de la lluvia de balas que se avecinaba. Desde esas alturas pudimos observar como una columna de paramilitares con pasamontañas, se bifurcaba en la esquina este del centro de la crucecita para rodear todo el parque.

Apostados ahí, comenzaron a balacear todos los establecimientos comerciales que se encontraban ahí, incluido el hotel donde estábamos. Y cuando estuvieron frente nuestro, les gritamos ¡Somos prensa, queremos hablar con ustedes!

Juan Carlos Reyes y yo bajamos el hotel desesperados para entrevistarnos con los sediciosos, pero cuando llegamos a la calle, una ráfaga de AK-47 nos detuvo en seco. Pude sentir el viento de las balas arriba de mi cabeza y me tiré al piso; Juan Carlos Reyes hizo lo mismo y nos quedamos unos minutos tirados.

Minutos que para mi fueron horas de desesperación, pensé que iba a morir estúpidamente esa noche, pero los guerrilleros no tenían la intención de matarnos porque lo hubiesen podido hacer horas antes mientras estábamos en el recorrido.

Razhy apareció en la puerta del hotel y nos dijo: “levántense despacio y regresen a la puerta, no corran ni hagan nada”. Eso fue lo que hicimos, mientras los alzados rodeaban el parque, nutrían una vez más su columna y se encaminaban hacia unos camiones que los esperaban.

Ninguno de mis compañeros pudo hablar con ellos y al contrario, cada vez que se acercaron, recibieron una ráfaga de tiros y así como llegaron, se perdieron en la negrura de la noche. A esa hora, casi a la una y media de la madrugada, comenzamos a transmitir la noticia a todos los medios que pudimos.

Otro recorrido fue necesario para evaluar los daños… lo que vimos, fue horrible: once muertos entre militares, marinos, guerrilleros, policías y civiles, fue el macabro saldo de esa madrugada, pero nuestro martirio no terminó ahí.

Esa noche fue muy larga, muy, muy larga. Casi al amanecer llegaron los militares provenientes de todo el territorio del estado para buscar a los responsables de la matanza, Huatulco estaba prácticamente sitiado.

Nosotros escuchábamos las noticias que habíamos dado a conocer en la madrugada y algunos de nosotros entramos en vivo a los noticieros de radio, tanto en Oaxaca como fuera de ella.

Una noticia nos impactó: El gobierno de Diódoro Carrasco acusaba a los reporteros que cubrimos la nota, de estar involucrados con el movimiento eperrista; hasta entonces descubrimos los alcances de nuestro atrevimiento y del engaño del que fuimos objeto por parte de los Guerrilleros, entonces comenzó el martirio cuyas secuelas aún se sienten y que tardarán mucho tiempo en sanar

Mi cabeza

Taller de Redacción
Francisco Alejandro Leyva Aguilar

Hace algún tiempo ya, cuando tenía unos trece años de edad, descubrí algo espectacular: mi cabeza me comenzaba a doler exactamente a las once de la mañana todos los días mientras estaba en clase.

Era un dolor horrible pero al cual me acostumbré durante esa parte de mi infancia porque no hay niño al que no le guste jugar y, un dolor de cabeza, no iba a limitar mis andanzas por las instalaciones de mi secundaria.

Hoy ese dolor me acompaña también, ya no es diario, ni a las once de la mañana, ahora no tiene horario y se ha vuelto bastante más agudo al grado de que aún dormido me despierta y no me deja volver a conciliar el sueño.

Comienza con un ligero malestar en una de las dos partes de mi cabeza, eso hace que mi cuerpo baje su temperatura mucho. El estómago se me pone frío, como si estuviera en un refrigerador, la frente me comienza a sudar copiosamente y también se vuelve fría.

Las punzadas a un lado y detrás del ojo donde comienza el dolor, se vuelven cada vez más fuertes y entonces el dolor comienza a ser insoportable. No hay paz con ese dolor, uno se pegaría un tiro con tal de no sentirlo más.

La luz, los olores fuertes, los gritos y los sonidos agudos, el cigarro, el alcohol, todo, todo me molesta y me dan ganas de vomitar aunque no tenga nada en el estómago. Es un dolor que hace que te ausentes del mundo y que solo quieras estar acostado.

Y no hay remedio, ni pastilla ni placebo que pueda quitármelo; lo único que me consuela, es la seguridad de que en algún momento pasará.

Cuando por fin desaparece, deja una estela de lamento porque uno queda como ensimismado, como si una aplanadora te hubiese pasado por el cuerpo y te deja medio muerto, sin ganas de nada… hasta entonces es posible saber que estás vivo.

El Escote

Francisco Alejandro Leyva Aguilar
Primero V, CTC, IESO
Redacción I

El Escote
Si la mujer inspira por si sola, cuando usa una prenda que incita la imaginación y mueve los nervios del hombre más sereno, entonces se vuelve musa, se transforma en poesía terrenal cuya forma, fondo, ritmo y rima son solo cuestión de tiempo.

De entre todas las prendas excitantes, el escote es la mejor, porque medio cubre aquellas curvas perfectas, voluptuosidades exquisitas y maternales que evocan ternura y pasión, pasión y ternura que se combinan en una especie de sublimación del ser.

No es posible no mirar a una mujer que lleva un escote bajo el cual, dos pechos erguidos y perfectos, invitan a la elucubración morbosa o a la reticencia de los músculos ligeros al tacto del bajo vientre de todos los hombres.

El escote es la verdad oculta, el telón donde la ópera de placer se esconde antes de comenzar. Es el alfa del goce inescrupuloso donde la ansiedad queda reprimida porque aquellos senos intensos y palpitantes permanecen aún en una cárcel de tela fina.

Pequeños o grandes, los senos de una mujer llaman la atención tras el escote. No importa cuán apetecibles o perfectos sean, no importa su grosera medida en talles de sostén, sino la importancia que implican en el acto sublime de la sexualidad.

Lo que realmente importa, es la sensualidad con que una mujer porta un escote. Si parte a la mitad su humanidad y la divide en izquierda y derecha, duplica el placer del admirador porque no sabes cuál te gusta más, cuál de las dos mujeres te proporcionará más goce, con cuál de las dos comenzarías primero.

Un escote también marca el camino, es una guía hacia el triángulo de Venus en cuya cueva descansa tranquila la sexualidad de la mujer. Es la flecha indicadora de la vereda segura que conducirá los deseos al lugar exacto para fundir dos cuerpos en uno solo.

Todas las mujeres del mundo deberían usar escotes para motivar la imaginación y los deseos de los hombres; todos los hombres deberían de mirar lo que se esconde tras los escotes de las mujeres, porque sabrían si están en el camino correcto de la felicidad placentera, de esa que tiene relación estrecha con la cópula.

Un escote también brinda información sobre la edad y la condición de las damas, con un escote uno puede identificar si ella se siente segura de si misma o si tiene algunas patologías sexuales que la orillan a solo taparse los pezones, cúspide de las montañas pasionales que encierra la abertura en el vestido.

Ah que gratificante resulta observar los senos tras un escote coqueto, ese que se abre lo suficiente como para dejar ver la nívea piel del pecho femenino, ese que permite conocer los accidentes dérmicos de la portadora, admirarlos y empezar a desearlos.

¿Se han percatado de que la piel de los senos de una mujer, es más blanca, más suave, más tersa, más excitante que la demás piel del cuerpo?

¿Será porque la dama le pone especial cuidado y atención a esa parte específica de su cuerpo que sabe que será tratada con dulzura románica o pasión desenfrenada?

¿Será que Dios, en su infinita sabiduría, concibió aterciopelado y bello ese pedazo de piel erguida con la que la madre amamantaría a su hijo?

Sea cual sea la respuesta, que Dios bendiga a Dios por la disposición en exacto extremo de los senos femeninos. ¡Qué bueno que no puso uno debajo del otro!, ¡o uno en la espalda y otro en el pecho!, ¡o en las rodillas!, ¡o detrás de las piernas!

De haberlo hecho así, el escote no tendría ningún sentido y la imaginación se hubiese reprimido a tal grado que quizá no existiera la música o la poesía porque ese principio fundamental de abstracción del artista habría quedado estático, observando no la belleza, sino la monstruosidad de una aparición de tal naturaleza.

El escote también marca el camino hacia arriba, hacia otra cavidad llena de dulzura con la que las mujeres a veces pronuncian la palabra mágica cuyos sonidos nos transforman. Cuando ellas dicen “te amo” con sus carnosos labios, el cosquilleo lujurioso comienza en cada átomo de la piel del hombre.

El escote no solo te hace imaginar por dentro a la mujer, partirá de ahí una mirada de pies a cabeza que penetrará en lo más profundo del ser que se admira, transportará al observador a todos los puntos de la humanidad de la musa y pensará que es querido y aceptado.

Supondrá en su imaginación que ese escote fue puesto en ese lugar precisamente para que él observara, para que disfrutara, para que volara al cielo desnudo con su musa para adorar al Olimpo y a sus míticos dioses.


Si los senos son complemento de la belleza de la mujer, el escote es su pasarela, su foro, el micrófono con que los senos hablan, gritan y nos dicen lo importante que son, no solo para la vanidad de las damas, también para el placer y la imaginación de los caballeros.